SOMOS VALIENTES

Al descubierto

Seré sincera: me aterraba la quimio. Sabía que lo que tenía, lo que tengo, es muy grave. Pero me aterraba la quimio por perder el pelo.

Recuerdo que el fin de semana en que me lo dijeron estuve por Haro con mis amigas Eva, Esther y Edurne (las tres «E», no me había dado cuenta hasta ahora). Edurne, que es enfermera, fue la que me dijo «si te dan quimio, perderás el pelo. Todas las mujeres con cáncer de mama pierden el pelo. ¡¡Todas!!» Sabía lo que decía, pero yo no quería creerlo.

Fui a Zaragoza a ver al doctor Sousa, una eminencia en estos casos, me decían y, mientras esperaba mi turno, veía a mi alrededor lo que había allí. Tal vez en ese momento empecé a ser consciente de lo que realmente tenía. Justo antes de mí, vi salir a una mujer con un pañuelo en la cabeza y ahí vislumbré lo que iba a ser mi propia realidad. Entré a la consulta a punto de las lágrimas.

Nunca olvidaré cuando el doctor Sousa me hizo levantar los brazos, me palpó y, en cuestión de tres minutos, empezó a prescribirme cosas: «Hay que dar quimioterapia antes de operar», dijo. «¿¡¡Quimio!!?» le pregunté como intentando que me lo repitiese, por si se había equivocado. «¡Se me va a caer el pelo!» Lo sé, suena superficial teniendo lo que tenía, pero todos nos conocemos por nuestra imagen, por lo que vemos y ven de nosotros, y está claro que el pelo es una parte importante de quienes lo hemos llevado largo y cuidado toda la vida. Él fue tajante: «Sí. Seguro que sí».

Todo el viaje estuve llorando. Llamé a mi amiga Rocío que había pasado por esto y me dijo: «Es duro, Isa. Hasta ahora no te lo creías…»

Decidimos que el tratamiento lo llevaría aquí, cerca de casa, porque ir a Zaragoza cada semana sería muy penoso. Empecé el tratamiento en Logroño, y recuerdo que mi oncóloga me recomendó que fuese cortándome el pelo poco a poco, para irme acostumbrando; pero yo me resistía. Ella me insistió en que saldría con más fuerza, pero yo le respondía que el mío ya era muy fuerte… Un día, sin embargo, me lo dejé cortar por unas amigas, en mi tienda. Media melena. Me veía genial, más joven, y seguía pensando que mi pelo resistiría.

Pero de repente, una mañana, empecé a notarlo como una pluma. No tenía peso y se me empezó a caer a mechones. Pensé que lo iba a llevar peor, pero decidí raparme. Reconozco que la primera impresión fue un shock. Mi larguísima melena había desaparecido de la noche a la mañana y, en su lugar, quedaba un cráneo blanco, redondo y desconocido para mí. No me reconocía al mirarme al espejo. Pensaba que no era yo quien se reflejaba delante de mis ojos. En otro momento os contaré cómo lo disimulaba las primeras semanas porque no es esto de lo que quiero hablaros en esta entrada.

Ahora veo esta foto y me veo genial. Como me decía mi amigo Juanma, que es un calvo profesional, «es como cuando sales de la peluquería con un peinado nuevo: tienes que darte tiempo para acostumbrarte»; no tener miedo de mirarte en el espejo, porque la que está ahí enfrente sigues siendo tú. Simplemente haced esta prueba: miraos a los ojos a vosotras mismas y sonreíd. Veréis que estáis ahí; seguís estando ahí a pesar de todo.

Tendríamos que perder el miedo a salir sin pelo, porque estamos enfermas, pero seguimos siendo las mismas personas. El pelo vuelve a crecer, os lo digo por experiencia, ahora que llevo algunas semanas ya sin quimio. Pero no hay que fustigarse por pasar una temporada sin nuestras melenas, nuestros peinados, nuestros rizos, nuestros flequillos… Tal vez alguna incluso descubra que se gusta más así. ¿Quién puede decirlo? Sólo nosotras. ¿Te ves mejor con pañuelo, más segura, más protegida? Pues elige pañuelos coloridos, que combinen con tu ropa. Sigue siendo tú; no dejes que sea la sociedad la que te mire a través de tus ojos cuando te asomas al espejo. Y si eres más atrevida y te ves con la suficiente fuerza como para salir a la calle con tu incipiente y precioso cráneo al desnudo, hazlo. Recuerda que te va a pasar lo mismo que cuando vas a la peluquería y cambias de peinado: va a haber una primera oleada de impresiones encontradas; la gente te mirará raro, se extrañarán, muchos se te quedarán mirando e incluso es posible que notes que te tienen un poco de lástima… Déjalos. Tú sigue siendo tú: alegre, divertida, gruñona, chistosa, de carácter fuerte, soñadora, seria, amable… como seas. Poco a poco volverán a mirarte a los ojos y nadie verá tu cráneo; sólo a ti, en conjunto, como siempre.

En esta foto que os dejo llevaba cuatro sesiones de quimio. Os aseguro que ya me he acostumbrado a verme sin pelo, ¡¡y me veo bien!! Y porque ahora mismo no puedo maquillarme por culpa de lo del ojo… El secreto es querernos a nosotras mismas, mirarnos mejor de lo que nos miran los demás, y pensar que siempre, siempre, siempre, la que se asoma al espejo, con o sin pelo, con buena o mala cara, llorando o sonriendo, triste o alegre, sin esperanzas o esperanzada… vamos a ser nosotras. Y de que nos miremos de una forma o de otra, va a depender mucho cómo nos mire la gente.

Veámonos siempre fantásticas y que el mundo mire como quiera.

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