SOMOS VALIENTES

Las barracas y las estrellas

Anoche me avisaron de que la mañana sería movidita, pero no pensé que lo sería tanto.

Reconozco que últimamente me están pesando ya los meses y que, a menudo, me siento un poco «la ceremonia de la desolación, una extraña en el paraíso, un juguete de la desilusión» que diría el gran Manolo Tena. «Las olas rompen el castillo de arena» dice también esa canción pero… ¿y si le damos la vuelta? Porque cuando una ola derriba el castillo de arena no se da cuenta de que alrededor hay más arena para construir más castillos. Todo es cuestión de cambiar la perspectiva; de no ver sólo lo malo que hay, sino lo bueno que nos queda… Y reír. Sacarle la parte luminosa a las sombras, porque si hay sombras es porque hay luz, que no se nos olvide nunca…

Mi mañana ha empezado con un tour: mi chófer personal me ha recogido en una silla de ruedas para pasearme de una planta a otra, de habitación en habitación, hasta la sala donde me harían una resonancia. ¿Os han hecho alguna en algún momento? Es una experiencia parecida a estar en las barracas de una feria: tienes la sensación de estar montada en una noria primero; luego en el martillo, con esos ruidos secos de golpes profundos, continuos, resonando en tus oídos; un paseo por los autos de choque… Toda una experiencia…, hasta que se te acaban las fichas y viene el chófer a buscarte para devolverte a tu habitación del resort (¿podemos empezar a llamar así al hospital en este blog? ¿Me dais permiso?).

A las 11:30, desayuno. El servicio de habitaciones es puntual y eficiente, muy amable. Pero como alguien vio que lo estaba pasando demasiado bien, cuando estaba disfrutando del desayuno, decidieron volver a por mí para llevarme a ver las estrellas… ¿Qué digo las estrellas? ¡¡Galaxias completas!! Me han estado pinchando el ojo para ver si por fin consiguen que me deshaga de esta maldita infección que me acompaña desde hace ya demasiados días. Ni Stallone contra Iván Drago tenía los ojos tan hinchados como tengo yo el mío pero, como él, aquí sigo en pie, aunque a veces me tambalee, dispuesta a ser yo la que dé el último puñetazo.

La vida nunca es como nos la imaginamos, pero siempre hay que buscar una luz, aunque sea pequeña…, por eso me he permitido hoy ser un poco menos profunda y retorcer la situación hasta hacerla mostrar, cuanto menos y como poco, una leve sonrisa.

El lema del cómico Tomás García es «sonreír alarga la vida». ¿Por qué no vamos a intentarlo al menos?

Sonreíd todo lo que podáis. Sonriamos y seamos eternas.

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