SOMOS VALIENTES

Bienvenida, enfermedad

Hoy han venido a verme María, de la ONG YMCA, y una amiga trayéndome una bolsita de plástico. Cuando se enteró de mi enfermedad, María vino, junto con algunas amigas, a traerme una figurita de Buda, pero se le perdió. Se volvieron a Logroño con la desazón y la tristeza de la pérdida, para intentar buscarlo, porque le hacía ilusión regalármelo para que me acompañase. Tras una ardua búsqueda lo encontraron, roto. Y hoy me lo han querido traer, en esa bolsita. Y ahí lo tengo, como tantas otras cosas que me han ido regalando para darme fuerzas y hacerme compañía; protegidos con todo mi cariño, porque representan una parte del corazón de todas esas personas que han decidido que ese objeto, sea el que sea, podría ayudarme. Nunca, jamás, hay que menospreciar un regalo hecho con el corazón. Y esa bolsita, con su Buda roto, tiene un trozo de corazón muy grande.

Sé que nadie quiere estar enfermo. Nadie, os lo dije en la última entrada, merece estarlo, pero no podemos luchar contra lo que no conocemos. Lo que sí podemos hacer es aprender de ello. Por eso le doy la bienvenida a la enfermedad; no porque me alegre tenerla; nadie en su sano juicio quiere tener, siquiera, un resfriado. Le doy la bienvenida por lo que me está enseñando, lo que estoy aprendiendo, las cosas que me está haciendo ver con más claridad.

A veces vivimos tan rápidamente que se nos escapan los detalles más pequeños y, por ende, más valiosos del tiempo que nos toca. Amistades, momentos, sonrisas, caricias, miradas, instantes, paisajes… vida. La enfermedad, a menudo, nos dice: «para. Vas muy rápido y estás enganchándote a cosas que no te sirven, que te retienen, que te impiden contemplar el brillo de lo que te rodea».

Somos como un gran transatlántico, con sus grandiosas cubiertas, sus inmensos puentes, sus luminosos camarotes… Pero bajo la línea del mar, lo que no vemos, la quilla…, ahí van pegándose la suciedad, la flora y fauna marinas que crecen a sus anchas… y eso va haciendo, poco a poco, que el consumo de combustible se eleve, que la maniobrabilidad sea más dificultosa, que el barco navegue más lento… Y la enfermedad, si la aprovechamos, tal vez nos ayude a limpiar esas algas, esos moluscos que se van pegando al casco y nos van restando velocidad en nuestro navegar por la vida.

Así que sí: bienvenida, enfermedad, porque me has ayudado a ver cosas que antes no veía; a estar pendiente de detalles que antes pasaba por alto; a distinguir qué personas merecen la pena; a saber qué y a quién tengo que mantener cerca; a comprenderme mejor y a comprender mejor a los demás; a centrarme en lo realmente importante y a no dar más importancia de lo preciso a lo superfluo…

Bienvenida, enfermedad. Pero eso sí: voy a luchar con toda la fuerza que tenga para librarme de ti. Te estaré agradecida por lo que me has enseñado, por lo que me estás enseñando, por lo que me vas a seguir enseñando…, pero tengo clarísimo que también te quiero lejos, muy lejos de mí.

Hacedme un favor, vosotras que estáis en el mismo barco: permaneced con el alma despierta y el corazón abierto; aprended todo lo que podáis sobre vosotras, la vida y quienes os rodean. Pero también,  luchad contra la enfermedad con todas vuestras fuerzas y apoyaos, siempre, en quienes os quieren de verdad. Las enseñanzas son grandes si estamos atentas, pero hay que seguir adelante para ponerlas en práctica. No perdamos ninguna oportunidad por más palos en las ruedas que traten de ponernos.

0
TU CARRITO
  • El carrito está vacío