SOMOS VALIENTES

Cuestión de fe

En la vida, la mayoría de las cosas son cuestión de fe. Tenemos fe en que las máquinas y los técnicos que han montado nuestro coche lo han hecho correctamente y no va a provocar que nos estrellemos nada más salir del aparcamiento, tenemos fe en que quien nos vende el pan cada mañana no nos va a dar una viena en mal estado, tenemos fe en que el conductor del autobús que nos lleva al trabajo no ha desayunado un litro de whisky antes de ponerse a conducir, tenemos fe en que los albañiles que construyeron el edificio en el que vivimos pusieron correctamente los cimientos y no se va a derrumbar de repente, tenemos fe en que los técnicos que montan los ascensores hacen correctamente su trabajo y no nos vamos a desplomar desde el piso treinta y seis como en las películas… Todo es cuestión de fiarnos unos de otros. Y cada una es muy libre de poner su confianza en quien crea oportuno.

A veces esa fe se rompe. En determinadas circunstancias adversas, tras algunos reveses o momentos en los que parece que no te han ofrecido todos los datos, en situaciones en que las mismas personas pueden decirte cosas contrapuestas… La fe en los demás es algo que se gana o se pierde fácilmente, y reconozco que estoy en esa tesitura en estos momentos: tratando de no perder la fe en quienes tienen que cuidarme, quienes deben intentar que salga de esta situación. No vamos a ser injustas porque sabemos que no es algo sencillo; esto no es cortar una uña o  cambiar el color de una sombra de ojos, pero cuando uno sigue su vocación tras muchísimos años de estudiar medicina, debe ser consciente, siempre, de que lo que tiene en sus manos es la vida de una persona; no es una práctica de la carrera, ni un maniquí con el que poder ejecutar ejercicios. Y digo esto reconociendo lo bien que me han tratado hasta ahora, pero hay momentos en los que todo lo bueno sembrado se puede echar a perder.

No he perdido la fe en salir de esta. Eso jamás me lo permitiría, ni deberíais permitirlo vosotras. Ya os dije en una entrada anterior que había, que habría, muchas «noches oscuras del alma». Pero dicen que la fe mueve montañas así que, ¿por qué no va a ser capaz de mover nuestro ánimo hacia sitios luminosos donde veamos un tenue brillo al que agarrarnos? Al más mínimo  fulgor que divisemos en el horizonte, a ese nos asiremos hasta salir de nuevo a la luz del día.

No dejéis que las sombras os tapen la esperanza. No bajéis los brazos jamás, por más circunstancias que rompan vuestra fe. Recordad que un simple punto de luz hace que las sombras se aparten. Busquemos esa luz cuando más a oscuras nos encontremos.

0
TU CARRITO
  • El carrito está vacío