SOMOS VALIENTES

Estar mal

No todos los días son buenos. Muchos no lo son, y están ahí. Hay que afrontarlos.

No es malo estar mal. Obligarnos a estar bien, o lo mejor posible, cada día supone un esfuerzo, un desgaste psicológico y físico que, a veces, pasa su factura. Y hay que pagarla. Lo que no podemos hacer es que nos domine, que nos haga detenernos o volvernos atrás en lo que llevemos ganado. Cuando vamos caminando, a veces, podemos pisar un charco o meter el zapato en barro; sin embargo, no nos dedicamos a retozar  o a revolcarnos ahí: salimos lo más pronto posible, nos sacudimos, y seguimos nuestro camino. (Y no me refiero a meternos queriendo en un charco y chapotear, divirtiéndonos. Eso es una experiencia que le recomiendo a todo el mundo: dejarnos llevar por el niño que tenemos dentro y al que le encanta pisar cada charco, saltar en él, salpicar y salpicarse…, lo que llamarían nuestras madres «ponerse perdidos». Luego, llegar a casa y una ducha templada y relajante para quitarnos todo el fango del cuerpo. Eso es algo que hay que hacer de vez en cuando, por más años que tengamos).

No tienes que pedir perdón por estar mal, pero sería imperdonable que te estancases ahí. Os contaré un secreto (que probablemente sepáis): a veces, una sonrisa de la gente cercana, la que nos quiere, nos puede ayudar a seguir adelante, a salir de un bache, a levantarnos…; pero una sonrisa de alguien enfermo, luchando contra una enfermedad cualquiera, esa sonrisa a quienes tenemos al lado, ilumina más que todas las luces de Navidad juntas.

No tenemos que pedir perdón por estar mal, pero tampoco tenemos derecho a estar mal siempre. Sé que hay épocas en las que lo único que apetece es encerrarnos en nosotras mismas, que nadie nos moleste, que nadie nos hable, que nadie nos mire, que nadie nos toque…; esas épocas son horribles, pero igual que nosotras dependemos de que los que tenemos alrededor nos hagan sentir bien en esos momentos, también ellos necesitan que nosotras les dejemos ver la luz que llevamos dentro, por muy tapada que la tengamos con nubarrones. La felicidad, muchas veces, empieza con un pequeño gesto. Haced la prueba: si un día os encontráis bajas de ánimos, poneos frente al espejo, miraos a los ojos y sonreíd; aunque sea una sonrisa falsa, dolorosa, triste. Si eso no os hace sentir mejor, volvedlo a intentar al cabo de un rato. Veréis como, tras alguna de esas sonrisas forzadas, empezáis a ver un poco de claridad.

Hemos nacido para tender a la Felicidad, por más trampas e impedimentos que nos encontremos en el camino. Y seguro que, en muchos tramos, nos sentiremos perdidas, sin saber dónde estamos o hacia dónde vamos; sin encontrarle sentido  a lo que estamos haciendo, viviendo o sufriendo. Tal vez en algún momento, a lo largo del tiempo, podamos entender todas las tormentas que tenemos que atravesar, pero mientras estemos en ellas, tratemos de sobrellevarlas lo mejor posible. Hay una frase que dice algo parecido a «si te ves envuelta en una tormenta repentina, aprende a cantar bajo la lluvia» (seguro que no es así, pero se me da fatal recordar frases de ese tipo. Vosotras me habéis entendido, ¿verdad? Pues ya está.)

Todas conocéis la mítica escena de la película «Cantando bajo la lluvia», en la que Gene Kelly canta y baila bajo un chaparrón torrencial. Justo antes de esa escena Don (el personaje de Gen Kelly en la película) se despide de su novia en la puerta de casa mientras ella le dice que se abrigue porque la lluvia y el frío de esa mañana son muy intensas, a lo que él responde, sonriendo: «para mí todo es luminoso y el sol brilla por todas partes»… Luego viene esa escena, historia del cine. ¿Y cómo termina la escena? Pues con un policía que mira con cara de pocos amigos al loco que anda bailando en la calle bajo tal aguacero, y al que nuestro protagonista tararea, antes de alejarse tranquilamente: «Estoy bailando y cantando bajo la lluvia».

Gene Kelly rodó esa escena con cuarenta grados de fiebre, pero nosotras la vemos y nos apetece que llueva para salir a la calle a cantar y bailar… De eso se trata. La felicidad es contagiosa; ayudemos a que sea una epidemia. Nosotras, más que nadie, podemos contribuir a ello.

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