SOMOS VALIENTES

Lecciones

Hay momentos, lo reconozco, en que quiero tirar la toalla. Mi ojo parece no querer curarse, quién sabe si para no tener que ver todas las transformaciones que se están produciendo, y que se han producido, en mi cuerpo. Y no me da tregua. Tengo la sensación de llevar en el interior del párpado millones de cristalitos acuchillándomelo por dentro, y eso hace que se desgarre, a la vez, mi esperanza.  Me acecha la depresión, la tristeza, la melancolía, el cansancio…

Si echo la vista atrás recuerdo cuando la vida era dulce conmigo, me sonreía… ahora, de repente y sin previo aviso, me ha asestado el golpe de esta enfermedad con todos sus daños colaterales, y la siento amarga, áspera, desapacible. Me miro en el espejo y no reconozco mis facciones ni mi cuerpo; es como si me estuviera mirando una extraña, una que no soy yo. He dicho muchas veces que las enfermedades son personales; venimos solos, enfermamos solos y nos vamos solos, porque nadie más puede librar nuestras batallas por nosotros. Jamás pensé vivir esto, nadie lo piensa, pero aquí estoy. Y esta enfermedad me está enseñando tantas cosas, me está haciendo ver tantos tonos que antes no distinguía…

Tal vez, a veces, puede que sea la única manera que tenga la vida de hacernos entender ciertas cosas. Y es verdad que es una manera cruel, salvaje, despiadada…, pero me ha abierto los ojos (qué paradoja, ¿verdad? Cuando más me está doliendo físicamente el mío; cuando más molestias y desesperanza me está provocando porque, a veces, no veo el final ni, tan siquiera, un mínimo camino a través del que transitar por este túnel oscuro), me ha abierto los ojos, decía, para poder ver a mi lado a gente de la que jamás pensé tener noticias. Gente que me escribe cada día y me manda su cariño, a veces desde muy lejos, pero desde tan cerca a la vez. Amigos que me devuelven la calma cuando más la necesito, que me transportan al mar, a un horizonte distinto donde se detiene el tiempo y sólo hay paz.

Venimos solos y nos vamos solos…, pero una de las cosas que he aprendido estos meses es que siempre hay gente que camina contigo, a tu lado. Claro que eres tú la que tiene que avanzar, ir dando pasos hacia adelante porque tu camino es tuyo solamente, pero siempre habrá quien esté a tu lado, esperándote, jaleándote para que no desfallezcas, ofreciéndote su mano para levantarte si te ven caída o su hombro para apoyarte si te ven cansada… Soy muy afortunada en ese sentido, y este maldito cáncer me lo ha demostrado. Hay muchas personas que merecerían ocupar muchas páginas de este blog… y tal vez lo hagan, pero todo a su tiempo.

…y es que, con tantas idas y venidas al hospital, con estos malditos dolores del ojo, las noches eternas de angustia y desesperanza, las punciones que de vez en cuando tienen que practicarme y que me hacen ver todas las constelaciones conocidas y algunas, incluso, desconocidas…, ni siquiera he tenido fuerzas para sentarme a agradecer todas las muestras de cariño, felicitaciones y regalos que recibí por mi cumpleaños. Puedo prometeros que fue un día que no empezó bien, pero que conseguisteis iluminar con vuestras muestras de cariño. Ahora que la vida es amarga, también le doy las gracias por cada lección que me da y que me permite seguir aprendiendo… y, sobre todo, por vuestros sorbos de miel disfrazados de buenas vibraciones, deseos y oraciones.

También he tenido hoy, esta mañana, una visita muy especial que me hacía mucha ilusión: ha venido a verme Juan Pablo, el capellán del hospital. Pero esto os lo contaré, tal vez, mañana. No queráis tenerlo todo de golpe…

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