SOMOS VALIENTES

Lola

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando.
Y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

No sé cuántas veces he escrito y borrado esta entrada ya. No sé cuántas veces he intentado echar atrás el tiempo para que no ocurriese. No sé porqué el cielo está tan gris y encapotado mientras busco algún sol en los recuerdos. No sé si estoy llorando yo o si son las nubes las que filtran su dolor a través de mis ojos. No sé…

Sabemos que no somos eternos, pero deseamos que lo sean las personas que queremos. Y de repente viene la vida y te recuerda que es imposible, que el tiempo que nos regala siempre es finito. Que nos perdemos en mil nimiedades y se nos olvida querernos, cuidarnos, rodearnos de personas que nos ayuden a brillar y que brillen con nosotras. Lola era así: brillante.

En estos días grises de lluvias y frío, me vienen  a la memoria sus risas luminosas, el calor de su presencia, su llamarme «mi hija adoptiva» a quien yo consideraba (considero) mi segunda madre… A Lola le encantaban los pasteles, como a todas las personas dulces, y era una magnífica cocinera.

Me viene a la memoria aquel jueves en que me dieron un premio en Madrid, y el viaje del día siguiente a las Canarias, con su familia; porque Lola era generosa, y me adoptó de verdad como a una hija, y yo la llamaba «mi familia».

No pude, no he podido, despedirme de ella, pero tal vez sea el último regalo que quiso hacerme: recordarla en pie, sonriente, feliz de verme, comiendo esas sobadas de masa de Navarrete, mi pueblo, que le encantaban, llena de vida… Entramos las dos a la vez en el hospital y no pudimos vernos, pero sé que me tenía tan presente como yo la tenía a ella. Ahora las dos estamos fuera, yo siguiendo mi camino y ella viajando hacia allí donde ya no hay enfermedades, ni tristezas, ni dolor. Y sé que estará mirándome con esos ojos suyos luminosos, con el mismo amor con el que me miraba, pero sin las limitaciones de este cuerpo de barro en el que nos desgastamos aquí abajo. Estará pendiente de todos aquellos a los que quería, de aquellos que le queremos, más aún y con más amor si cabe.

Dicen que los que se van no lo hacen del todo mientras alguien los recuerde. Querida Lola, te llevaré en mi alma toda la vida. Te quiero. Tu hija adoptiva.

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