De repente te dicen que tu quimioterapia será de las duras. Dos ciclos: el primero de cuatro sesiones, una cada quince días; el segundo de doce, una cada semana.
Te dicen que el primer ciclo afecta sobre todo al estómago, pero no ha sido mi caso. Ya sabemos que cada cuerpo es un mundo, y el mío debe estar en algún lugar del multiverso.
Las sesiones apenas rozaron mi estómago, pero sí que atacaron directamente a mi piel.
Tengo la piel muy sensible, y me gusta correr y caminar. ¿Qué tiene que ver esto? te preguntarás. Es sencillo: a la segunda sesión de quimio, las uñas de los pies se me empezaron a poner negras, y como seguía andando y tenía la piel más sensible, también me provocó ampollas. Decidí experimentar un tratamiento a base de magnesio del que te hablaré más adelante con más tranquilidad pero, oye, dentro de lo malo…
¿Y hay algo más? Claro, siempre hay algo más: esta segunda sesión también me regaló un sarpullido en la cara que estuve tratando con un aceite especial que conseguí encontrar a base de hacer experimentos. Ni qué decir tiene que todos son productos totalmente naturales. El cuerpo ya tiene suficiente química con las sesiones como para encima echarle más gasolina al incendio.
Te iré hablando poco a poco, en las siguientes entradas, de las cosas que he ido probando. Ya te he comentado que todos son productos naturales, fáciles de encontrar, aunque he de reconocer que algunos experimentos sí que he hecho hasta encontrar aquello que consiguiese hacerme sentir mejor. Este blog no pretende ser una guía médica; es, simplemente, un compartir mi experiencia personal por si puede ayudar a alguien. Ya sabes esa frase que dice «convierte los muros que aparecen en tu vida en peldaños que te ayuden a llegar a tu objetivo»; pues de eso se trata, de intentar ir subiendo los peldaños de este muro al ritmo que cada una pueda soportar, sin forzar la máquina. Lo importante es llegar al final, por más oscura que a veces pueda parecer la ruta. De momento, estamos en camino.
