SOMOS VALIENTES

Qué bello es vivir

George Bailey es un tipo generoso, responsable, magnánimo, que es capaz de renunciar a sus sueños por ayudar a los demás, incluso a pesar de no cumplir los suyos propios. Se queda sin luna de miel por ayudar a sus vecinos, sin ir a la universidad por ayudar a su padre, se queda sordo de un oído siendo pequeño por salvar a su hermano de morir ahogado en un lago de hielo…

Un día de Nochebuena, aplastado por un sinfín de problemas, asfixiado por las deudas, el remordimiento de no poder darle más a su familia, la pérdida de un dinero que necesitaba presentar para salvar una inspección, desesperado, George decide suicidarse y, después de beber unas cuantas copas en un bar cercano, se encamina a un puente cercano para arrojarse a las heladas aguas del río y acabar con su vida. Tras saltar la valla de seguridad, y mientras permanece allí dispuesto a lanzarse al vacío, segundos antes, George oye a un anciano que cae al río y, sin pensarlo, se zambulle para salvarlo.

Mientras secan sus ropas en una garita junto al río, el anciano le cuenta su historia: le dice llamarse Clarence y ser su ángel de la guarda. San José le ha enviado a la tierra para salvarle la vida y, de lograrlo, conseguir por fin sus alas. Para vencer la incredulidad de George, Clarence decide mostrarle cómo habría sido la vida de su ciudad si él no hubiese existido.

No os contaré el final de la película porque, aunque seguro que la habréis visto infinidad de veces, por si queda aún alguien que no ha disfrutado esta maravilla de Frank Capra, no estropearle la diversión. Pero, ¿por qué os cuento todo esto? Porque, como el bueno de George Bailey, yo también tengo la suerte de estar rodeada de mis propios «clarence». Gente que siempre ha estado ahí, que me ha acompañado en todo este tiempo, que nunca ha pedido nada a cambio y que siempre ha tenido las palabras justas para animarme; que ha venido conmigo a mis revisiones, que ha hablado y preguntado, a veces, por mí lo que yo no he sabido preguntar, que me ha apoyado, animado, abrazado, reñido incluso cuando hacía falta… Gente como Clarence, a las que no le hacen falta alas para ser un punto de apoyo, de referencia, de luz… ángeles de la guarda aquí en la tierra.

Y sí, hay varias personas en las que pienso cuando escribo esto, pero ahora mismo, y seguro que los demás me lo perdonarán, pienso en mi amiga Rosana, mi Clarence particular. A ella tampoco le hacen falta alas, pero estoy segura de que, en algún momento, por ella, sonará una campana en algún lugar. ¡¡Te quiero, amiga!!

0
TU CARRITO
  • El carrito está vacío